MENSAJE DOMINICAL
VIGESIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lc. 17, 11-19
La lepra es una enfermedad crónica causada por una bacteria, que afecta, principalmente la piel, los nervios periféricos, las vías respiratorias superiores y los ojos. Quien sufría la lepra era alejado de su familia, de la comunidad, de su entorno y lanzado a las montañas. Sentimientos de un leproso: aislamiento, dolor físico y sicológico, desesperanza, angustia, tristeza: “todo está perdido”, “no hay nada que hacer”, “persona rechazada y juzgada”, “condenada a morir lentamente”.
Para Dios, nada hay imposible; sólo se necesita, tener fe: Los leprosos saben que su única y última esperanza es Jesús; Él los puede curar; tienen fe, de ahí el grito en su oración: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (v. 12) en otras palabras: Haga algo por nosotros; sánanos de la lepra, cúranos de esta enfermedad mortal. “Al verlos, les dijo. “Id y presentaos a los sacerdotes.” (v. 14) Para la comunidad judía de esa época, los leprosos debían ser declarados impuros por el sacerdote, que determinaba la presencia de la enfermedad. También tocaba a los sacerdotes certificar la eventual sanación de un enfermo de lera (Lv. 14, 19). “y sucedió que mientras iban, quedaron limpios.” (v. 14) Se presentaría a los sacerdotes y nueve, regresaron a sus casas y a sus familias.
“uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias a Dios; y este era un samaritano.” (v. 15-16) El samaritano no se va directamente a su casa o a su familia; se volvió glorificando a Dios y se postra ante Jesús, a hacer su acción de gracias; sabe que, Jesús lo ha curado, por su misericordia. Jesús, también, sabe que han quedado curados los diez; de ahí la pregunta: “¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? (v. 17) cuando el ser humano ha recibido algo de Dios o de otra persona, hay que ser agradecido; si alguien pide a Dios y se le concede, no se olvide, devolverse, dando gloria a Dios y postrarse delante de Él, para darle gracias. Dios no necesita que le demos gracias; pero el pecador, el creyente, necesita postrarse ante Dios.
“Y le dijo: “Levántate y vete, tu fe de ha salvado.” (v. 19) la fe los ha sanado, la fe les ha devuelto la esperanza, la fe les devolvió la fidelidad y la alegría. Denle gracias a Dios, todos los días, porque ha sido bueno y misericordioso con usted y con su familia; denle gracias a Dios porque ha escuchado su suplica; denle gracias a Dios porque tiene salud y está vivo.